sábado, 11 de enero de 2014

Ojalá llorara lágrimas huecas

[ Relato de Navidad con un poco de retraso, pero mejor tarde que nunca. ]

Ojalá llorara lágrimas huecas

Liliana se detuvo ante la puerta de la casa de Hans, con un gorro de lana sobre sus tirabuzones negros, un abrigo bien grueso, un pequeño regalo entre las manos enguantadas y mucho vaho saliendo de su boca. Llamó al timbre, y esperó pacientemente a que le abrieran la puerta. Se entretuvo mirando las luces navideñas que decoraban el porche de la casa, y el pequeño muñeco de nieve que había a un lado de la calle vecina. 
Aún estaba percatándose de que al muñeco le faltaba la nariz cuando el propio Hans le abrió la puerta. La sonrisa se le desvaneció lentamente al verla, pero ella no dudó en lanzarse a sus labios, exclamando un '¡Feliz Navidad!'. Tras un prolongado beso un poco forzado por la parte de él, Liliana se separó, extrañada. Algo iba mal, lo percibía. 
- ¿Qué pasa...cielo? - el chico hizo una leve mueca que trató de ocultar al recibir aquel nombre. Mostraba el dolor en su rostro. Liliana torció el gesto. 
Hans cerró la puerta de su casa, sin olvidar sacar las llaves con él. No quería que su familia le oyese. Liliana había renunciado a la sagrada cena navideña para ir a verle. Hans se rascó la nuca, molesto. 
- Verás, Lily... - la llamó por su nombre de pila, pues así la denominaban todos. 
Como el chico sólo llevaba un grueso jersey de lana, Lily, tomando el regalo con una mano, se deshizo de su bufanda y se la tendió. El joven en un comienzo se resintió, pero finalmente se lió al cuello la bufanda.
- ¿Sí? - Liliana le instó a que continuara. Hans tomó aire y al fin, comenzó a hablar.
- Hay alguien...más. - los ojos de Liliana buscaron los suyos, verdes, del mismo color que el jersey que llevaba para intentar asegurarse que se trataba de una broma pero Hans se esforzó en rehuir su mirada, aunque no cesó de hablar (no sin cierta dificultad) - ...Hace cuatro meses la conocí y...no he podido evitar verme con ella. Hasta que comprendí que la quiero. - Liliana quiso desear que ahora Hans echara a reír y le diera una suave colleja, abriera el regalo y tras verlo, se le iluminaran los ojos que la tenían ensimismada, la alzase del suelo y la invitara a compartir mesa con su familia. 
Pero no fue así. En el fondo, sabía que jamás ocurriría eso. 
Liliana tardó en reaccionar, pero pronto sus ojos se humedecieron. De repente, parecía frágil como una muñeca de porcelana. 
Hans se percató de ello, y torció el gesto. 
- Lily, no... - quiso acercarse para rodearla con sus protectores brazos, pero la chica se apartó. Aquellos brazos habían dejado de resultar tan protectores para ella. Ahora le parecían de un desconocido. No podía sentir odio, pues era incapaz de tener esa emoción contra Hans. Le quería demasiado. 
- ¿Cuándo...comprendiste aquello? - logró balbucear aquella pregunta, pues era lo único que necesitaba saber. Hans suspiró, y respondió, finalmente, aunque Liliana tuvo que insistir.
- El mes pasado. - Lily exclamó algo carente de coherencia, y se dio la vuelta, pues no quería que él la viera llorar. Al echar a correr por la oscura calle, (aunque iluminada por farolas y luces navideñas) el regalo envuelto en un alegre papel cayó sobre la nieve. Hans quiso llamarla, pero Lily no volvió a mirar hacia atrás. Estuvo a punto de perder el autobús. Pagó con lo primero que encontró, y no se molestó en coger las vueltas. Se sentó al final del todo, pero aquello no la hizo sentirse más protegida. Situó las rodillas sobre el asiento, rodeando las piernas con los brazos y hundiendo en las rodillas el rostro. Unas silenciosas lágrimas se deslizaban continuamente por su rostro. Cuando el autobús se detuvo, hicieron falta unas cuantas voces por parte del conductor para percatarse que aquella era su parada. No se había percatado de que era la última que quedaba en el bus. Cuando bajó por la escalerilla, pudo ver a James con un rostro lleno de preocupación. Al verla, se levantó del bordillo, y caminó con rapidez hacia ella.
- ¿Dónde estabas? Tardabas mucho: te he llamado, pero no contes... - se calló al ver el rostro humedecido de su hermana, la nariz enrojecida y los ojos grises profundamente entristecidos. No llevaba la bufanda, y llevaba el cuello sin tapar. 
Su hermana, sin más, se echó a sus brazos, donde sí se sentía protegida. No dudó en llorar desconsoladamente, expulsando así todo el sentimiento de traición que la llenaba, y comenzando a sentir ese vacío que tienes cuando sabes que alguien se ha marchado...y no volverá. 

jueves, 9 de enero de 2014

Señorita Caos



Piernas que con ellas se llevan las miradas,
vidas alborotados por los caprichos de ella,
muelles rotos por noches de insomnio perdidas,
cielos que son más luminosos si ella las destella.

Tras el error, problemas con el alcohol,
más pistolas disparadas en donde ella pisó,
luces apagadas que no enciende ni el Sol,
de ella no queda más que las medias que rompió.

domingo, 29 de diciembre de 2013

Convicción de una Diosa

Siempre preferí la poesía. Hacía siglos que había renunciado a mi corazón. A sentir, a ser feliz. 
Nunca nadie supo que estaba (y estoy) aterrada. ¿Qué podría suceder? Lo que más deseaba era volver a sentir aquella adictiva sensación. Querer, sentir amor.
Vivir.
Me limito a proferir mi angustia en versos. No permitiría jamás que alguien descubriera mi realidad. Pues yo soy malvada, ¿no? Con eso alimento mi dolor, dado que la notable falta de sentimientos sólo lo llena el miedo ajeno.
Y recito estas palabras mientras continúo arrodillada sobre la tierra seca, seca de tanto esperar. Aún busco pedazos perdidos de mi corazón, que quizá los cuervos ya emplearon hace tiempo como alimento, aunque probablemente, lo desecharían por falta de sabor.

viernes, 27 de diciembre de 2013

[ No sé si lo leerás siquiera, pero saludos y recuerdos para Eva y su familia. ]

Prisión en el más allá

En un comienzo, las paredes de la habitación eran completamente blancas como la nieve virgen. Aquella nieve que allí, en Noruega, era tan usual. 
Pero, con toda una vida por delante con unos padres ausentes y carencia de más familiares cercanos, Katherine (más conocida como Katy), decidió versar su vida en aquellas cuatro paredes. Cada día, tras cumplir sus ocho horas de sueño, se disponía a decorar un pequeño pedazo de pared, que representara sus sentimientos en aquellos instantes; un verso por día.
Había noches en las que, tanto se había esforzado con la pintura que se dormía ahí mismo, al pie de la pared, hecha un ovillo y refugiada entre las fortalezas de su mundo. 
La muralla obtuvo su primer eslabón cuando Katy tan solo tenía cuatro años y pinceles como compañía. A pesar de su triste vida, adoraba estar entre únicamente cuatro paredes; sus cuatro mejores amigas. Sólo ellas la comprendían. Podía hablar con ellas durante horas y horas, y sus palabras siempre quedarían plasmadas en la palidez de sus queridas amigas. A decir verdad, Katy nunca había visto nada de su casa excepto aquel dormitorio. Sólo tenía un pequeño camastro en el centro, y cada día, por una gatera (por la cual jamás se le había ocurrido escabullirse y ser libre), una conocida pero misteriosa mano le concedía la comida y bebida esencial para un desarrollo triste pero aceptable. Le gustaba aquel camastro. Podía sentarse en él y observar a sus bellas amigas durante otras tantas horas. Todas ellas en silencio, incluyéndose a sí misma. Katy adoraba el silencio. Probablemente, el único sonido musical que le gustaba era el rumor del pincel cuando rozaba con la lisa y blanca pared. Curiosamente, Katy nunca se preguntó por qué no podía salir de aquella misteriosa habitación. Tampoco sintió la necesidad de hacerlo. Tenía poco, pero bastaba. Grave hubiera sido si al finalizarse algún color no le concediera la conocida pero misteriosa mano un repuesto, pero no era así, por lo que no había de qué preocuparse.
Los años continuaban pasando; la vida seguía su curso, pero por un cauce impredecible. 

Al parecer, la conocida y misteriosa mano se percató de las intenciones por el resto de su vida de Katy, por lo que, por arte de magia, hizo aparecer una pequeña escalerilla en el dormitorio, aunque suficientemente alta como para alcanzar la parte más alta de cada pared. Probablemente, situó el objeto en la sala cuando Katy dormía en un sueño profundo, pero jamás cayó en la cuenta de aquello.
Con tan solo once años ya había camuflado una pared entera. Le había dado una vida prácticamente sobrenatural. Tan sólo tenías que observar la pared para ver un nuevo mundo más allá. Miles sentimientos que había sentido, que deseaba sentir y que ni siquiera sabía que existían habían sido plasmados en la superficie. A pesar de la monótona y constante rutina de Katy, siempre tenía algo que representar. 

Las manos de Katy ya estaban muy arrugadas cuando decoró completamente a sus cuatro mejores amigas. No quedaban rincones donde buscar para plasmar el más mínimo detalle. 
Katherine no soltó el pincel que tenía tantos años como ella cuando fue a tumbarse en el camastro, increíblemente agotada. Nada más su cabeza rozó la almohada, suspiró, Entrelazó los dedos sobre su abdomen, sin dejar de zafarse a su fiel compañero. Sus increíbles ojos se fijaron en el pálido techo. Katy sonrió. 

Había encontrado un lugar en donde pintar en su próxima vida.

domingo, 22 de diciembre de 2013

Morir queriendo no vivir

Que se consuma mi dolor,
que el viento se lleve mi cordura.
Que mi mundo se torne de un negro color,
cesaré de sentir alguna ternura.

No poder hacer más que ahogarme en versos,
angustiarme porque no acude a mí la Muerte.
No poder deshacerme de tu amor ni de esos diminutos restos,
que me hacen hasta en sueños verte.


martes, 17 de diciembre de 2013

Metáforas ennegrecidas.

Negro como el carbón,
como el abismo de mi corazón.
Negro como lo profundo,
como la tinta de lo rotundo.
Negro como la sangre en abundancia,
como el mal en la persistencia.
Negro es el cuervo,
que en mi alma llevo.